En junio de 1861 el Ayuntamiento de Toledo aprobaba el plan del ingeniero de minas Luis de la Escosura (1820-1904) para abastecer de agua a la ciudad desde la fuente del Cardenal, localizada en el paraje de Pozuela, hasta unos depósitos que se crearían junto a la iglesia de San Román. Desde allí, los caudales se repartirían a las fuentes públicas, o «de vecindad», que se irían fijando en plazas y calles. Las obras se iniciaron en 1862, siendo alcalde Rodrigo Gonzalez Alegre, para concluir un año después con un nuevo regidor al frente de la corporación: Patricio de Azcárate y Corral. A modo de inciso, digamos que este edil había nacido en León, en 1800, y poseía una amplia formación humanística, especialmente en el campo de la Filosofía, como demostró con su Biblioteca Filosófica (1871-1876), una obra de 26 volúmenes donde ponía al día obras de Platón, Aristóteles y Leibniz. Ligado políticamente a la Unión Liberal, ejerció como gobernador civil en León, Valladolid, Vizcaya, Santander, Murcia y Toledo, además de ocupar, durante un tiempo, la alcaldía de la capital. Fallecería en 1886 en su ciudad natal, en medio de grandes reconocimientos.
En cuanto al proyecto de proveer de aguas a Toledo, señalemos como contemplaba que, si bien, la calidad de la fuente del Cardenal era apta para el consumo humano, su caudal era exiguo para atender también «el aseo, la limpieza y el embellecimiento de la ciudad», por lo que se precisaría otro apoyo: captar caudales del Tajo, cerca del puente de Alcántara. Para esta fase, en 1865, se estudiaron diversas ideas, resultando elegida la del ingenieroJosé López Vargas que proponía elevar las aguas del río, gracias a cuatro bombas, hasta un depósito que se ejecutaría en la explanada norte del Alcázar. Para alojar la maquinaria fue preciso edificar una «casa Elevadora» tras dinamitar, a principios de 1868, los restos del Artificio de Juanelo, no sin debates en el seno municipal, en las páginas de El Averiguador y en la Real Academia de San Fernando. Sin embargo, el proyecto seguiría adelante y el ansiado líquido llegaría a la cisterna alcazareña el 16 de enero de 1870.
Pero volvamos a la primera fase del suministro de agua que, tras siglos de muchos intentos -no siempre duraderos-, veían hecha realidad los toledanos en sus calles. Eso sí, con frugales e intermitentes, caudales. Tan fausto momento, acaso milagroso, tuvo lugar el 19 de marzo de 1863 en una fuente instalada en el costado de la plaza del Ayuntamiento que comunica con la calle de la Ciudad. Por fin, un grifo, a voluntad del usuario, emitía agua potable y de modo gratuito. El acto fue presidido por el alcalde Azárate que, pocos días después, dejaría el cargo para ejercer de gobernador de la provincia hasta el siguiente 25 de mayo. La fuente fue bendecida por el Cardenal Primado, Cirilo Alameda y Brea. Parecía que ya no iba a ser preciso acudir al río, a lejanos manantiales del extrarradio o pagar a alguno de los azacanes que, cada día, movían 230 caballerías cargadas de cántaros para repartir 33.000 litros de agua destinados a las tinajas domésticas.
Aquel primer surtidor, cuya estructura aún se conserva, se había gestado en diciembre de 1862, cuando se ejecutaba la traída de Pozuela. Se ideó que en el centro de esta plaza hubiese un gran estanque ornamental y que la cañería se prolongase algo más para habilitar un «caño de vecindad». Con el ánimo de buscar ahorro para este último, así como para otros más que se hiciesen, el Ayuntamiento estudió reutilizar los materiales de tres fuentes sin uso, situadas extramuros: una, en la todavía desnuda explanada de Merchán; otra, a comienzos del paseo de la Rosa, y una más, fuera del puente de Alcántara, conocida como Fuente Nueva desde 1786. Sin embargo, un informe técnico señaló que, ante el mal estado de las dos primeras, tan sólo era aprovechable «el pilón» central de la citada Fuente Nueva para acoplarle en la plaza del Ayuntamiento, «desde el día de la inauguración de la aguas», dejando las otras dos pilas laterales allí existentes para llevarlas a futuros caños.
Los gastos de albañilería, fontanería, jornales, más cuatro «columnas-candelabros» para iluminar la fuente, alcanzaron los 8.849 reales. Un detalle es que la obra necesaria para acomodar el pilón obligó a construir un muro de mampostería que enlazaría con el histórico almohadillado barroco que ofrece el costado del Ayuntamiento hacia la calle de la Ciudad. Dicho muro valdría también para contener las tierras de la nueva nivelación de la plaza, a la vez que su coronamiento serviría de asiento con una artística reja a modo de respaldo. En antiguas fotografías se percibe con claridad cómo fue la estructura inicial de esta fuente con tres arcos ciegos que deberían haber acogido otros tantos grifos. Tras las reformas llevadas a cabo en esta parte de la plaza, a mediados del XX, el viejo muro de mampostería se transformó por el actualmente existente, así como la supresión de la barandilla, cuyas piezas se llevaron a la calle Real del Arrabal para anclarse en el antepecho que hay frente a la capilla de la Virgen de la Estrella.
Final. En marzo de 1866 se proponía que los sobrantes del estanque de la plaza del Ayuntamiento podrían ser conducidos hasta un lavadero que cabría instalarse en «la plaza del Colegio de Infantes o alrededores». El dato refleja la pertinaz escasez de fondos líquidos, tanto en los veneros, como en la tesorería municipal.