En medio de una lluviosa tarde de primavera, el sábado 12 de junio de 1858la ciudad de Toledo quedaba unida a la naciente red ferroviaria española gracias al ramal abierto desde la estación de Castillejo en la línea Madrid-Alicante. Isabel II, acompañada de su esposo, fue recibida y agasajada hasta llegar a la Catedral, acudiendo luego a una velada en el antiguo coliseo. Pernoctó en dependencias del Colegio de Infantería para regresar a Madrid al día siguiente tras oír misa en la capilla del Sagrario. Desde entonces ya era posible realizar el trayecto en tres horas, frente a las dieciocho mínimas que se empleaban por el camino carretero de La Sagra.
El ferrocarril había creado una nueva puerta en la ciudad, multiplicándose los viajeros que deseaban ver calles de aire oriental, un patrimonio relleno de leyendas o buscar los cuadros del olvidado Doménico Greco en sacristías y oscuras capillas. Todos desembarcaban en el paseo de la Rosa, en una pequeña estación propia de la época, carente del empaque que tenía la población. Este contraste lo hizo notar -según se cuenta- Alfonso XIII a la empresa ferroviaria (M.Z.A.) que en 1910 inició los estudios correspondientes, acometiéndose las primeras tareas de replanteo en 1911.
Los trabajos para dar forma al proyecto rubricado en 1913 por Narciso Clavería y Palacios (1869-1935) se desarrollaron entre 1916-1919 sin que el servicio de trenes se viese interrumpido. Gracias a las fotografías ahora dispuestas en el vestíbulo de la estación, es posible darse una idea del proceso de las obras y descubrir las trazas de la primitiva terminal cuyo solar (unos 400 m2) se corresponde con el espacio actualmente existente entre la torre y un pabellón aislado -también de sello mudéjar-, que fue inicialmente ideado como «muelle de pescado».
El estreno del nuevo edificio se vivió el jueves 24 de abril de 1919. Las fotos (disponibles en toledoolvidado.blogspot.com.es) muestran una gran concurrencia de personas y vehículos de todo tipo para trasladar a una parte de los 800 viajeros que llegaron a las once de la mañana en 24 unidades del tren especial procedente de Madrid. Un reportaje de ABC (26 de abril) recoge el reguero de los visitantes subiendo a pie desde el puente de Alcántara por la empinada escalerilla del Miradero, lo que les llevó luego a «asaltar» los cafés de Zocodover para tomar un ansiado refresco. Aquellos viajeros eran los participantes del Primer Congreso de Medicina que se celebraba bajo la presidencia de honor de Santiago Ramón y Cajal, si bien los organizadores eran los doctores José Gómez Ocaña y Florestán Aguilar. Las hemerotecas recogen cómo fue aquella jornada de asueto en Toledo en medio del programa científico previsto.
Según El Eco Toledano, en el mismo convoy llegó «Madame Curie», siendo invitada por el alcalde Justo Villarreal a subir a su automóvil con la esposa del doctor Tapia y el «crítico de Arte de El Imparcial, don Ángel Vegue» para visitar los principales monumentos. Por la tarde bajó con su hija Irène a la Fábrica de Armas a fin de conocer la producción de material quirúrgico. Hicieron de cicerones el director del Instituto, Ventura Reyes, y el médico de la Beneficencia Juan Moraleda que le regaló algunas publicaciones suyas. La ilustre investigadora regresaría a Toledo en abril de 1933 de la mano del doctor Marañón. El resto de los congresistas, periodistas y demás invitados, se dividieron en grupos tutelados por conocidos personajes de la vida local (José Vera, Gregorio Ledesma, Jiménez Rojas, Pita, San Román…) e intérpretes cualificados para atender a los asistentes extranjeros, recorriendo calles y monumentos con gran gozo por parte de los propietarios de varios locales que veían aumentada la clientela por momentos. A la una y media acudieron al banquete ofrecido en el Picadero del Alcázar (según alguna reseña, hubo 1.000 asistentes dispuestos en mesas de doce cubiertos), habiéndose planificado, previamente, una marcha de los cadetes alcampamento de Alijares para poder atender así a tanto comensal.
El opíparo menú recogido en las gacetillas fue el siguiente: «Tortilla francesa con espárragos, Ternera con champiñón, Judías verdes salteadas con jamón, Timbal de salmón, Salsa mayonesa y Jamón en dulce. Entremeses: Salchichón, Embuchado, Butifarrón de lomo. Aceitunas, Variantes, Anchoas y sardinas», como postres: «Mantecado de vainilla, Flan, Naranjas, Plátano, Queso». Vinos de Valdepeñas y León, «Champagne y coñac, Licores café y habanos». Mientras discurría la comida se escuchaban interpretaciones a cargo de la Banda de la Academia. Tras los brindis, discursos e himnos, todos bajaron a Zocodover para ver el desfile de los cadetes que regresaban de su actividad. A las 6 de la tarde los alegres viajeros regresaban a Madrid. AMarie Curie aún les esperaría otra recepción por la noche en la capital de España. Aquel día se dio por inaugurada la estación de Toledo sin que hubiese ningún acto oficial, aun cuando Alfonso XIII visitó Toledo (en automóvil) el 23 de mayo siguiente.
Aunque nadie cita la presencia del ilustre premio Nobel de medicina español en Toledo aquel 24 de abril, un periodista madrileño de El Día recoge la algarabía con que los congresistas «alegres, bulliciosos, cascabeleros», llegaron a las ocho de la tarde a Atocha. Lo que contrastaba con «la ancianidad del venerable maestro» Ramón y Cajal que, sentado en el velador de un bar, parecía desear en ese momento, más que la gloria científica obtenida, tener la mocedad de algún joven congresista, alborotador, que desde el estribo de un tranvía mostraba «como trofeo, la caja de mazapán toledano».