En artículos anteriores recordábamos el activo papel que jugó Antonio Martín Gamero (1823-1874), abogado, historiador y periodista toledano en la renovación del universo cervantista que se extendía por España en la segunda mitad del XIX. En 1905, con motivo del tercer centenario de la primera parte del Quijote, Cervantes reaparecía de modo solemne con ceremonias de Estado y toda clase de homenajes académicos e institucionales. Desde los estrados oficialistas, se mostraba al escritor como un hito de la gloria española en una época marcada por la pérdida colonial, los nacionalismos catalán y vasco, el conflicto marroquí o las luchas sociales ante los partidos dinásticos.
En Toledo, aquel domingo 7 de mayo de 1905, hubo actos en el Seminario y en el Teatro de Rojas donde se representó Don Quijote y su escudero. Adaptación episódico-sintética de la obra de Cervantes Don Quijote de la Mancha a la escena, una obra del presbítero Ventura Fernández López, escrita a partir de ciertos pasajes de la universal novela. Una gaceta de prensa recoge que los actores no brillaron aunque, luego, el público aplaudió hasta hacer salir al discreto autor. La velada reunió ofrendas florales, música, poemas, discursos y «vivas finales a Cervantes, a España y al Rey». El día 9 una magna procesión cívica concluía en la Posada de la Sangre para renombrar la calle del Carmen a favor del ingenio alcalaíno con el descubrimiento de una lápida.
Pero, ¿quién era aquel sacerdote dramaturgo ocasional y devoto de Cervantes? Para saberlo con toda precisión remitimos al espléndido artículo de Jesús Cobo en la revista Archivo Secreto (nº 6, 2015) titulado «Elogio de la Locura y Menosprecio de la Necedad (Necedad y Locura en Don Ventura F. López)». Y es que fue un peculiar personaje de la intelectualidad local toledana, fecundo autor de artículos en variadas publicaciones, raros opúsculos y fundador del periódico La Aurora en 1898. Había nacido en 1866 en Bárcena de Pie de Concha (Cantabria), cursando estudios en Madrid y en los dominicos de Ocaña hasta 1886. Estuvo en Filipinas entre 1889 y 1894, para ordenarse sacerdote a su regreso a España. Pasó por tierras alcarreñas antes de recalar en Toledo, en 1897, donde permanecería hasta su muerte, en 1945, en el manicomio, salvo unas cortas etapas como docente en Figueras y Cádiz. Afrontó la historia y la arqueología sin dejar de escribir sobre temas religiosos o creaciones literarias. Desde joven acusó problemas nerviosos que, unidos a continuas polémicas y duros denuestos contra quien le contraviniese, incidirían en su salud mental y sus muchos rechazos. Leyó, estudió y escribió copiosamente, a veces, con audaces conclusiones acientíficas, no exentas de fantasía, como fue el hallazgo sobre el origen toledano de Colón y el de su momia en la iglesia de San Román. Este trabajo fue enviado al diarioABC al haber convocado, en 1928, un concurso dotado con 50.000 pesetas para «esclarecer la nacionalidad» del Almirante, resultando desierto el premio, el 1 de junio, a la vista de las razones argumentadas en los dieciocho estudios registrados. No menos insólito fue el impreso editado en 1929 donde consideraba que las Cuevas de Hércules de Toledo habían sido un templo fenicio dedicado al dios Melkart.
Sin embargo, el sacerdote no abandonó su cervantofilia al indagar sobre las estancias del autor en Toledo e interpretar con rápidos dislates documentos y las obras de don Miguel. El 1916, en el III Centenario de la segunda parte del Quijote, escribió nuevas noticias y asertos donde, como señala Jesús Cobo, «la imagen de don Quijote que acuñó don Ventura tenía mucho del propio ideal del clérigo, que entendía la religión de manera caballeresca». En la década de los años veinte sacó a la luz cuatro obras de tema cervantino. La primera fue un folleto de 13 páginas que tituló El Linaje de «Don Quijote». Documento cervantino inédito (1922) donde entrelazaba la familia de la esposa de Cervantes (Catalina de Salazar) con el mayorazgo de los Quijada en la población de Esquivias para concluir que el escritor había logrado esposarse con esta dama a la que, antes, aspiraba un familiar llamado Alonso Quijano que, al verse despechado, perdería la razón, dando pie a la creación literaria del caballero andante. La segunda obra fue una novela de 103 páginas que firmó como F. Venzel Prouta, bajo el título Don Alonso Quijada El Bueno. Continuación de «Don Quijote de La Mancha». En ella resucitaba al noble caballero andante que viaja de Esquivias a Toledo acompañado de unos singulares personajes que mezcla con algunos datos constatados por él, como las casas que poseía la familia Salazar en Toledo en el barrio del Andaque.
En 1925 publicaba El proceso del «Quijote» (Nuevos documentos), para afirmar que Cervantes, en las dos partes de su gran novela, pasó de burlarse de ciertas claves religiosas de su época a un posterior arrepentimiento, para concluir que el escritor «no era protestante, sino renacentista». De 1926 data la cuarta obra: La Argamasilla de Cervantes (Mas testimonios), otro folleto donde cree ver en la academia del Quijote los miembros que acudían una rebotica toledana, cercana a Santo Tomé, sacando a colación El Greco, Lope, el propio Cervantes y otros personajes histórico locales.
Sin duda que la vida y la obra de Fernández López reúnen un largo compendio de rarezas y dislates que llevó a su devoción cervantina, concretada más en la figura de don Quijote (por cierto, personaje también de juicio quebrado) y sus relaciones con los escenarios toledanos. Más allá de la lectura lineal de tan singular legado, en el fondo, subyace el sincero homenaje que salió de la pluma de aquel «cura loco» que llenó una época. Su recuerdo reposa hoy arrinconado en las estanterías de las bibliotecas o de coleccionistas particulares que le libran así de la sima del pleno olvido.