En otro momento escribíamos sobre el primer ateneo de Toledo,creado en 1838, bajo el mecenazgo del vizconde Palazuelos, presidido por León Carbonero y Sol con la participación de inquietas personas como Nicolás Magán, Sixto Ramón Parro, Juan González, Blas Hernández o Narciso Barsi, entre otras más vinculadas a la moribunda Universidad de Toledo (que se suprimiría en 1845), la curia catedralicia o la abogacía. Se pretendía disponer de un lugar para la discusión científica, sueño que murió pronto, pues la ciudad contaba con un débil soporte social (14.000 habitantes) y escasos recursos de todo tipo. No tardando, aquel ilustrado grupo se fue disolviendo sin que se encadenase con nuevos herederos. Los sucesivos afanes intelectuales de la ciudad tan sólo hallarían un ocasional acomodo en la prensa y en fugaces tribunas de otro perfil.
Los estudios de Isidro Sánchez sobre el periodismo toledano a mediados del XIX muestran un pobre panorama con pocas cabeceras, de efímera vida, y sin trascendencia alguna. Parece que títulos de como El Avisador y El Eco del Tajo; El Correo Toledano, El Porvenir de Toledo o El Faro Toledano, tuvieron secciones de literatura, historia o ciencias. Mientras, en 1861, languidecía la Academia de Nobles Artes de Santa Isabel, fundada en 1817 y que venía sosteniendo la Sociedad Económica de Amigos del País.
En plena vorágine de proyectos alentados por el alcalde Díaz de Labandero,entre 1865 y 1868, concurren nuevas iniciativas en la ciudad (17.600 habitantes), en la prensa y la vida asociativa. Por ejemplo, el inspector de educación y director de la Escuela Normal, Cayetano Martín y Oñate (1817-1885), sacaba a la luz La Conciliación (1866) y La Constancia (1867), sólidos periódicos dirigidos exclusivamente al magisterio toledano. También, en 1866, nacía el Centro de Artistas e Industriales apoyado por 287 socios dedicados a la docencia, artesanos, pequeños industriales y empleados varios. Se deseaba crear un círculo social o casino como ya contaban otras poblaciones.
Esta institución abrió su sede en la calle de la Sillería, número 1, la antigua Fonda de Caballero, con salas de recreo, de lectura y aulas para la instrucción en dibujo, pintura, música y otras materias. En sus momentos iniciales, La Moral, cabecera que tan sólo alcanzó dos meses de vida, difundía los actos allí habidos y colaboraciones de variada temática. También, en El Tajo, revista decenal fundada por Martín Gamero en 1866, se leen los latidos de la faceta cultural del Centro de Artistas e Industriales que, en esencia, distaba de los ateneos al uso. Aunque allí se impartiesen conferencias científicas y cuestiones de actualidad ─siempre bajo un tamiz moderado y conservador─, el objetivo real era ofrecer una continuada programación para la distracción de los socios, sin pretensiones de fomentar debates de gran calado dirigidas a la sociedad civil.
Entre 1868 y 1874, el Sexenio democrático conoció un gobierno provisional, una nueva y fallida casa real, seguida de una etapa republicana que fue liquidada con un pronunciamiento militar. La actividad «científica» del Centro de Artistas e Industriales iría encallando en favor de la dimensión lúdica que, a su vez, iba atrayendo mayor número de socios, lo que justificó buscar un local mayor en la calle de las Cadenas y luego en la plaza de la Magdalena. En aquella época, Toledo reunía ya 20.000 habitantes y la creación de la Academia de Infantería (1875) incentivaría el auge de este casino y el de otra institución similar de corta vida reconocida comoTertulia H.
Sin embargo, durante la Restauración, el Centro de Artistas e Industriales trató de impulsar su perfil más «académico» ─acaso con vocación ateneísta─ en forma de conferencias sobre pensamiento, ciencias experimentales o de creación artística. Para ello, en 1878, se había elevado al gobernador civil un reglamento que fue admitido, siempre que los debates se alejasen de las «tendencias krausistas, materialistas, etcétera», se ajustasen al objeto científico y no extraviasen al auditorio. Algunos oradores fueron Eugenio Olavarría, Rodríguez Miguel, Emilio Grondona, Martín Arrúe y otros profesores, militares, artistas, médicos, etc. El contenido de las disertaciones aparecía luego en las páginas de El Ateneo, revista, cuyo título evocaba la voluntad de los promotores. Estuvo dirigida por Enrique Solás y Crespo, comandante, articulista, aficionado al teatro y, luego, distinguido militante republicano en el cambio de siglos.
El Ateneo circuló entre marzo de 1878 y enero de 1879 al ser suspendido por la autoridad gubernativa. Sin embargo, un mes después, renacería como El Nuevo Ateneo, cabecera que alcanzó hasta 1890 bajo dos relevantes directores: Federico Latorre y Rodrigo ─que dirigiría la interesante revista artística Toledo (1889), autor de un método para aprender francés, pintor con varias menciones y académico en 1923─ y Saturnino Milego Inglada, reputado letrado y catedrático de Retórica. En el primer número se declaraba el deseo de insertar estudios que contribuyesen a difundir conocimientos de todos los campos, eso sí, «completamente ajenos a las cuestiones políticas». Se expresaba el deseo de que Toledo figurase entre «sus hermanas las otras provincias por el gran desarrollo de la cultura y deseo de mejoramiento».
El novecientos iba finalizando en la ciudad. Docentes, artistas, letrados, eruditos o periodistas no confluyeron para crear un ateneo. A unos pocos profesores del Instituto, mantenedores de algunas iniciativas formativas, se añadirían, en el cambio de siglos, nuevos y valiosos efectivos (Olavarrieta, Reyes Prósper, Luis de Hoyos, Besteiro…) que, como señala Jesús Cobo, aplicarían sus distintas ópticas regeneracionistas. Los resultados vendrían ya a partir del novecientos.