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Toledo 08-02-2016

El 25 de enero de 2016 el Teatro Rojas ha vuelto a reponer una singular obra protagonizada, en sus papales principales, por el propio equipo técnico que aquí trabaja a diario. Bajo la coordinación de Eugenio Alonso Figueroa, actuaron Antonio Gutiérrez Alonso, José Luis Polo Ventas, José García-Castro Sánchez-Dehesa y Pedro Ángel de la Cruz Martínez. Cada uno de ellos, a lo largo de tres horas de arduo trabajo, interpretó al pie de la letra un papel preparado a conciencia para evitar cualquier error en el momento de intervenir. La obra ejecutada es la que concibió específicamente para el Teatro de Rojas un autor italiano, Egidio Piccoli, que la dio a conocer el año de su inauguración, en 1878, causando ya entonces gran sensación. Aquel creador ideó una producción similar para otros importantes teatros, siempre a medida de las circunstancias de cada uno de ellos. Hoy, tan sólo, se conserva en Toledo el legado original de aquel autor, pudiéndose reponer tal cual, sin ningún aditamento posterior ni moderno apoyo tecnológico. En las demás salas que acogieron su trabajo todo es ya un recuerdo irrecuperable para poder ser visto otra vez. 

Desde 1878, y con cierta regularidad hasta hace unos cincuenta años, en elRojas se repetía la misma tradición en febrero y, acaso, en diciembre. Circunstancias ajenas al propio teatro -en gran medida derivadas de la censura oficial- hundieron en el olvido aquellas rutinas anuales. El tiempo discurría y los antiguos ejecutantes de la obra iban faltando. Se corría el peligro de perderse las claves esenciales que permitían su escenificación, y más cuando la sala fue cerrada para su reforma hasta 1988. Afortunadamente, gracias al empuje del gerente Francisco Plaza, fue posible en 2007 recuperar momentáneamente aquella antigua obra ideada para el Rojas a finales del XIX y que ahora, en el carnavalesco mes de febrero de 2016, ha vuelto a repetirse.

De nuevo, los invisibles actores del teatro han ejecutado la tarea diseñada hace 138 años, cuyo texto manuscrito original no existe, aunque todo su argumento se ha trasladado oral y fielmente hasta hoy. El trabajo -que por cierto, cuando se acomete, tiene dos obligadas funciones en jornadas diferentes-, lo hacen reservadamente, sin público, por lo que no esperan los aplausos finales. Sin embargo, cuando al día siguiente el espectador accede a la sala del Rojas, la magia ha hecho su efecto. El patio de butacas, despejado de todas ellas, está elevado al mismo nivel del escenario. El espacio que siempre ocupa el público se ha duplicado en extensión. Ya no hay caja escénica, los intérpretes pueden evolucionar en el centro de la sala, entre los asistentes, bajo la decoraba pintura del techo. La cuarta pared que, a modo de muro invisible cierra la embocadura del escenario, se ha roto del todo.

Y es que la posibilidad de elevar el pavimento del Rojas fue la clave esencial para que aquí (bien en las esperadas fechas de Carnaval o de fin de año), se diesen grandes bailes animados con la música de una orquesta y en una extensa plataforma especialmente ornamentada. Según el precio de la localidad, se tenía derecho a bailar, deambular por los pasillos, las salas y el ambigú, siendo factible también el alquiler de palcos, algo que hacían familias o grupos de amigos, disponiendo de serpentinas, bolsas de confeti y bebidas. El tamaño y el propio marco del teatro hacían que los bailes del Rojas fuesen más apetecibles que los anunciados en el salón Garcilaso, algún cine o en el Casino, donde además se requería tener la condición de socio.

Estos usos cotidianos, en plena Guerra Civil, cambiarían de registro. El 5 de febrero de 1937, en el Boletín Oficial del Estado Orden, emitido por el gobierno de Franco, se insertaba la orden que suspendía «en absoluto las fiestas de Carnava», algo que invocaban anualmente, tanto los gobernadores como la autoridad eclesiástica. En Toledo, a pesar de ello, resulta curioso que en aquellos tempranos momentos, y en medio de la guerra, el Ayuntamiento todavía contemplase en los presupuestos municipales los ingresos percibidos por «los bailes de máscaras». Las circunstancias del momento no eran nada propicias para tales recreos, no obstante, desde el obispado ya se había recordado poner «freno de los excesos» del Carnaval.

Sin embargo, algo quedaba latente en la memoria de todos, pues a finales de los años cuarenta se intentaban rescatar los bailes sin contravenir a la autoridad. En febrero de 1950, en el diario El Alcázar, A. Gómez Camarero señalaba que había logrado sobrevivir «el carnaval español, los bailes de traje o bailes de sociedad» que siempre habían tenido lugar, con plenas «garantías de corrección y buen gusto», en el Rojas y otras sociedades, frente a la «libertina y plebeya mascarada callejera». El periodista expresaba que los «bailes de trajes» celebrados aquellos días habían servido a los jóvenes para conocer el «carnaval toledano de antaño». Lo cierto es que a pesar de estos intentos recuperadores, cambiando las formas (e incluso las palabras «bailes», «máscaras» «disfraces» o «carnaval»), la prohibición gubernativa se afianzó y con ella expiraría el obligado trabajo anual de los maquinistas del Rojas para acoger estas fiestas, que también contemplaban veladas infantiles en forma de concurso.

En este mes de febrero de 2016, dentro del programa llamado «Patio Arriba»,es posible ver y pisar un espacio que los técnicos del teatro ya han transformado utilizando al mecanismo original, totalmente manual y aun sorprendentemente preciso. En medio de la tarima se programan cinco espectáculos que, que por otra parte, se sitúan 440 años después en el mismo lugar que ocupó el Mesón de la Fruta, la gran casa de comedias deToledo alzada en el siglo XVI.


Textos: Rafael del Cerro Malagón


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