Como se leía en la entrega anterior, el 24 de abril de 1919 Toledo vivió un relevo en su estación ferroviaria. Aquel día había dejado de prestar servicio la primitiva terminal (debida al ingeniero de Caminos y Puertos, Eusebio Page) que desde 1858 había acogido al primer tren inaugural y que ya, en los albores del XX, se mostraba como pequeña, vulgar y alejada del perfil monumental de la ciudad. Ya mencionábamos que en 1910 la empresa MZA aprobaba la idea de levantar un edificio más relevante, comenzando las obras en 1911 con el derribo de algunas estructuras anejas para lograr la extensión deseada. Entre 1916-1919 se ejecutó la construcción propiamente dicha, que concluiría con el singular perfil historicista que mantiene hasta la actualidad. [FOTOGALERÍA: Un recorrido en imágenes por la historia de la Estación]
La moderna estación se alzó en el costado derecho de la antigua terminal. Los documentos citan la intervención del ingeniero Ramón Peironcelay y la del técnico Eduardo Hourdillée en la coordinación de las obras para llevar a cabo el proyecto arquitectónico firmado en 1913 porNarciso Clavería y Palacios (1869-1935), presupuestado en un millón de pesetas. El conjunto resultante ofrece un pabellón central para acoger el vestíbulo general iluminado con cinco grandes ventanales de inspiración gótico-mudéjar; a ambos lados, dos cuerpos laterales, cada uno con dos plantas, para las dependencias destinadas a la facturación, despachos, salas de espera, fonda y viviendas de empleados. En el extremo izquierdo de la fachada principal se erige una esbelta torre totalmente ornamentada a base juegos geométricos de ladrillo y arcos entrelazados con piezas cerámicas vitrificadas que evocan un mudejarismo más aragonés que toledano. Arriba, un reloj de cuatro esferas y, como remate, otro cuerpo prismático final bajo la veleta. Con el mismo alambicado estilo neomedieval se hizo el pabellón de retretes, un patio intermedio con exóticas palmeras, el muelle del pescado y un transformador eléctrico; estos dos últimos elementos en la cabecera de las vías.
Para conseguir el máximo efecto historicista se ocultaron los necesarios elementos industriales (puntales, cerchas, rasillas, cemento, hormigón, etc.) con soluciones encargadas a hábiles artesanos. La albañilería artística corrió a cargo de Antonio Dorado y Eduardo Rivero; la pintura de Eusebio Gutiérrez; Ángel Pedraza elaboró la azulejería, piezas cerámicas los estucos de yeso que ornamentan los alfices de las puertas, así como las techumbres pintadas que imitan cubiertas de madera. Julio Pascual Martínezse ocupó del hierro forjado aplicado a lámparas, barandillas, faroles, buzón y otras piezas complementarias en los andenes y la lonja exterior. Se buscaron vidrieros y ebanistas sin olvidarse el ajardinamiento de los espacios laterales de la explanada principal con los correspondientes estanques de agua para el riego.
El proyecto de Clavería contempló la existencia de un «Salón de Honor»como el existente en las principales estaciones para atender las visitas oficiales. Esta sala la situó en el extremo izquierdo del edificio, junto a la torre, con cuatro puertas: la que se comunica con el andén, dos laterales (una de ellas bajo la propia torre del reloj) y la cuarta hacia la explanada de la fachada principal. Esta disposición obedecía a los usos protocolarios, de manera que el ilustre visitante al descender del convoy -bajo la marquesina del andén-, accediera a dicho salón donde podía descansar brevemente o atender cualquier circunstancia. Desde allí la personalidad podía dirigirse a la lonja exterior por la puerta opuesta al andén a fin de tomar los vehículos dispuestos. Una de las puertas laterales permitía también salir a un espacio más recoleto, protegido por la bóveda que soporta la torre. Este lugar es un ámbito estudiado, ornamentado, cuadrado, limitado con tres arcos y la puerta del salón, teniendo en su parte superior una cubierta de crucería de tipo califal. Una artística cancela, con elementos heráldicos entre sus barrotes, defiende el paso por la fachada general, abriéndose tan sólo para que el visitante «vip» y su cortejo cruzasen por aquí sin tener que atravesar el vestíbulo general,bien el llegar a Toledo, o bien en el momento de partida.
La espléndida publicación Toledo. Revista Semanal de Arte (dirigida porSantiago Camarasa), ofrecía el 15 de mayo de 1920 un reportaje que permite ver el aspecto original del Salón de Honor decorado con un abigarrado ambiente oriental tan del gusto de la época, muebles de «estilo español», sedas en las paredes, espejos tallados por Cristino Soravilla y otros curiosos detalles decorativos que con el tiempo se han modificado parcialmente o perdido. Tras la Guerra Civil este reservado ámbito se transformó en capilla para atender el culto de la vecindad cercana a la Estación, algo que se mantiene hasta la actualidad y que, seguramente, no existe en ninguna otra terminal ferroviaria. Así pues, la torre, aun cuando es un efectivo faro horario -tanto para los viajeros como para los vecinos-, los domingos y fiestas de guardar se aproxima a la función de los campanarios eclesiásticos de la ciudad verdaderamente mudéjares.
Como complemento no podemos dejar de recordar la dimensión fotográfica del arquitecto Narciso Clavería y Palacios, marques de Manila, realizada en Toledo y que podemos gozar gracias a la exposición virtual dispuesta por elArchivo Municipal de Toledo en internet (http://goo.gl/JFnlnu), que incluye veinte vistas de la propia estación y otros datos de interés como el agradeciendo que le brindó la ciudad en 1920 por esta obra ejecutada y que aún llama la atención de cualquier visitante.