Como he señalado en la entrega anterior, ante la falta de viviendas en Toledo a principios del siglo XX, el Ayuntamiento halló una solución cediendo suelo público a particulares a cambio del pago de un canon vitalicio, pues era la única manera de dar respuesta a una necesidad evidente ante los escuálidos presupuestos municipales. Desde una óptica «social y justa», en marzo de 1901, La Idea -cabecera republicana existente entre 1899-1906-saludaba el nacimiento de la Sociedad Siglo XX creada para «edificar casas para los obreros y hermosear la población». Las miras societarias se ponían en un solar junto al paseo del Tránsito, precisamente el que pronto elegiría,Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer (1858-1942), II marqués de la Vega-Inclán, para crear el Museo del Greco, que abrió sus puertas en 1911, de modo que la pretendida «barriada obrera» pasaría al olvido.
Casualmente, ese mismo año se publicó la primera Ley de Casas Baratas, en España, predecesora de otras posteriores hasta enlazar con algunas regulaciones a favor del cooperativismo a mediados de la década de los años veinte. La escasez de viviendas para las capas más humildes solía denunciarse regularmente desde las sociedades obreras a través de periódicos como El Heraldo Obrero (1916-1927) o El Proletario (1926-1931), sin que hubiese respuestas efectivas por parte de las instituciones públicas. En consecuencia, la situación justificaba que apareciesen iniciativas privadas desde la banca comercial para promover cooperativas de modo que los asociados tuviesen acceso a una vivienda nueva, todo ello en medio de un amplio vecindario de cortos recursos y formación que nunca pisaría la lustrada oficina de un banco rotulado con letras de latón dorado. Y es que los posibles cooperativitas iban a ser una minoría solvente, desahogada, que además así podía acrecentar su patrimonio inmobiliario privado para ponerlo seguidamente en alquiler.
Lo cierto es que en 1924 desembarcó en Toledoel Banco de Ahorro y Construcción, institución fundada en 1920 por Luís Massó Simó, con un capital inicial de 5.000 pesetas, para crear casas baratas a partir del ahorro de las cuotas mensuales de los socios. La entidad contaba ahora con un fondo de 22 millones de pesetas y 16.000 socios, para crecer hasta los 50 millones de capital en 1927. En estos años ya se había creado viviendas unifamiliares enBarcelona, Madrid Bilbao, Valencia, León y también en Albacete, Cuenca y Guadalajara. Por lo general las promociones se movían entre las 5.000 y 60.000 pesetas que el socio pagaría con pagos mensuales en diez o quince años, cantidades y préstamos que quedaban muy lejos de los enjutos recursos disponibles por parte de la mayoría de la población española de la época.
Así pues, aquella entidad financiera buscó suelo virgen dentro de las murallas como entonces era habitual que, como no podía ser de otra manera, eran tan sólo los terrenos baratos situados al pie de cualquier terrizo terraplén salteado de escombros y abrojos. Bajo el Seminario, cerca de la plaza de Santa Catalina, junto a la cuesta de la Culebra -nombre tan peligroso como su tortuoso trazado-, se alzó la primera promoción en 1924, dejando constancia de ello en una placa de escayola que persiste en el número 4 del callejón del Granado. En julio de aquel año, Luís Massó, consejero-delegado del Banco de Ahorro y Construcción, solicitó del Ayuntamiento edificar un solar, señalado entonces como parte de la calle de Santa Catalina. El proyecto lo firmaba el arquitecto Manuel Muñoz que proponía una casa de dos alturas con dos viviendas por planta, asegurando que el conjunto armonizaría «con la estética de la población». Visada la solicitud por parte del aparejador municipal, Sánchez Vargas, las obras comenzaron en el inmediato mes de agosto. El beneficiario del inmueble era Juan Arévalo Roldan, socio cooperativista número 6471 según reseñaba la prensa.
En la mañana del 19 de diciembre, hace ahora 90 años, se hacía la entrega oficial y «solemne», al adjudicatario, concurriendo aquel día promotores y autoridades locales: el alcalde Fernando Aguirre, el deán de la Catedral, José Polo Benito, además de diputados provinciales, concejales y periodistas. La casa fue bendecida por el canónigo obrero Vidal Díaz-Cordovés, represente del cardenal, en un «altar portátil» colocado en el portal. Como recuerdo, junto a la entrada, se descubrió la placa que aún pervive, con el rótulo de Banco de Ahorro y Construcción y el emblema de la entidad: una figura femenina indicando con el dedo un sol radiante a una familia obrera. Tras los discursos, todos los presentes fueron obsequiados con pastas, licores y habanos, elogiando la prensa «las notables condiciones de salubridad e higiene que reúne el edificio construido en el Corredorcillo de San Bartolomé» (sic).
El 30 de mayo de 1925, el diario ABC recogía el deseo de esta entidad para crear nuevas viviendas en Toledo, anunciando una «grande y hermosa barriada» en unos terrenos cedidos por al Ayuntamiento por lo que invitaba a los interesados a acudir a la delegación habilitada en la calle del Comercio. Aquel plan del Banco de Ahorro no llegó a término, sin embargo, en 1926, cristalizaría una promoción más alentada por otra entidad financiera de la que aún queda su sencilla estructura externa original, con el río al pie, frente a una hermosa vista del recinto amurallado.