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Toledo 13-06-2016

Si Juanelo Turriano hizo un increíble artificio en 1569 para elevar los caudales del Tajo desde el paraje de Alcántara hasta el Alcázar, aguas más abajo, cuando el río baña ya la Vega Baja, en 1786, otro técnico ─menos célebre─, Juan Sardinero († 1787), optimizaba el plan ideado por el arquitecto Francesco Sabatini (1722-1797) para aprovechar la energía hidráulica en la Fábrica de Espadas, acabada en 1780. Este «ingenio» del XVIII, aún hoy, continúa siendo algo poco conocido, e inadvertido, para muchos usuarios de la Senda Ecológica cuando transitan entre la fachada posterior del primer edificio de la Fábrica y la vieja central eléctrica de Azumel.

Es sabido que el reinado de Carlos III (1760-1788) dejó un amplio legado de factorías por toda España para elaborar armas, paños, sedas, cerámicas, tabacos y otros productos. En Toledo, en 1761, se fundó la Real Fábrica de Espadas de Corte en la calle del Correo (hoy Núñez de Arce), donde estuvo la antigua ceca o Casa de la Moneda (1504-1680). Pronto se evidenció que el lugar, en pleno casco urbano, no era el más adecuado para acarrear materiales a los talleres que deberían elaborar toda clase armas blancas para las tropas. Esto justificó la aprobación del informe, elevado por el conde de Gazola, teniente general de los Reales Ejércitos, que proponía el traslado a un espacio extramuros, abierto y con agua abundante (el Tajo) para mover la maquinaria y emplearla en los talleres. El lugar era un fértil terreno de la Cofradía de la Santa Caridad, cercano a los molinos de Azumel y a la plaza de las Barcas, que sería adquirido por la Corona en 1775 por 32.489 reales.

Allí, Sabatini hizo un edificio que, como indica Fernando Marías, ya había aplicado en Torre Anunnziata (Nápoles), en 1758, para otra fábrica de armas, también alentada por Carlos III. En Toledo erigió un conjunto de mayores dimensiones, de aire palaciego, con dos amplios patios interiores rodeados de distintas dependencias. El primero acogía el cuerpo de guardia, capilla, despachos y algunas viviendas, destinándose el segundo a obrajes y almacenes. Finalizado el edificio en 1780, la actividad arrancaría en 1783. En 1781, el cardenal Lorenzana trazó una rectilínea calzada desde Bisagra, de 1.870 varas de longitud (unos 1.500 m.), flanqueada por dos paseos con álamos negros que, a mediados del XIX, ya se habían perdido en gran parte.

En la compra de los terrenos se incluyó una toma de agua del Tajo, contigua a los molinos de Azumel, de propiedad catedralicia, pues en ese punto partiría una acequia de unos 2.000 pies de longitud ─560 m. aproximadamente─ hasta la fachada posterior de la factoría, la más cercana al río. En esta parte, el agua así encauzada, impulsaría una única noria de madera que, al girar, a su vez, trasladaría el movimiento a las piedras amoladoras del patio de obrajes. Sin embargo, al concluirse la obra, ya se observó en el verano de 1780 que el canal no aportaba el suficiente caudal para poder batir la rueda hidráulica, hecho que paralizaba la producción de armas. El mismo problema aparecía también cuando, en invierno, el río se desbordaba y dejaba sumergido el eje de la noria. Otras faltas observadas fueron la gran anchura de la acequia y su escaso desnivel, ─«medio pie», dicen en 1783─, factores que hacían llevar el «agua dormida», sin fuerza, para poder mover los mecanismos.

Estas carencias fueron estudiadas en 1786, por el «maquinista real», Juan Sardinero, un reputado técnico que trabajaba en problemas similares en las Reales Fábricas de Sevilla (1769), Talavera y Cervera (1784) o San Fernando de Henares en 1785. En Toledo, con gran desagrado por parte de Sabatini, planteó unos arreglos para que el canal lograse su objetivo y, además, sin alterar el edificio principal. Falleció en 1787, sin embargo, su plan se llevaría adelante con leves retoques hasta conseguir un mejor sistema hidráulico ─cuya disposición aún subsiste parcialmente─, apoyado en la energía fluvial del Tajo, la única existente en la Fábrica hasta 1862.

El Canal de Carlos III es una doble galería subterránea de piedra y ladrillo que parte casi de la central de Azumel, junto a la que fue una gran nave de espoletas. Allí pervive una construcción de planta cuadrada, con un tejado piramidal rematado por una piña ornamental. En la fachada meridional existen dos alcantarillas ─de 1,60 m de anchura─ por donde penetra el agua forzada gracias a la cercana presa, mientras que, en el interior, dos compuertas gradúan el caudal pasante. Desde ahí el canal es un conducto oculto, bajo tierra, con varias arquetas para su mantenimiento (algunas recuperadas en 1999), que concluye en el ángulo suroeste del edificio de Sabatini. Aquí, las galerías descargan la corriente a cielo abierto, en sendos canales paralelos. Uno de ellos, el izquierdo, hoy es un aliviadero que devuelve el agua sobrante al río, mientras que, en el derecho, adyacente al pabellón de 1780, Sardinero situó una segunda noria para duplicar la captación de energía con un sistema de esclusas. Los ejes de las ruedas y sus engranajes, de compacto maderamen, penetraban en los sótanos del edificio de Sabatini que aquí fue preciso consolidar, pues, encima, a nivel del patio, estaban las piedras amoladoras que rotaban gracias a la trasmisión de las poleas prevenientes del subsuelo. Hoy, todo el estudio original, llenos de informes, cuentas y planos, felizmente, está depositado en el Archivo General de Simancas.

Gracias a una antigua, y anónima fotografía, tomada tres cuartos de siglo más tarde del proyecto de Sardinero, vemos una de las dos norias, entramados de recia madera y el canal de desagüe, por donde, aún hoy, circula el agua hasta volver al Tajo, según idearon los ilustrados técnicos de Carlos III en el ya lejano setecientos.


Categorias: Vivir Toledo 

Textos: Rafael del Cerro Malagón


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